Julia mira a Héctor que mira a Julia. Y esa complicidad abre un universo vasto como un pequeño big bang. La fotografía no es traducción de un vínculo, ni siquiera representación de un vínculo. Es lenguaje que se fuga. Lo que queda, entonces, es la imagen y sus silencios elocuentes. Como el astronauta que pisa el polvo cósmico, como la niña que aúlla despedida del útero, como el hombre que la arropa temblando de desconcierto, él también convertido en un ser frágil y nuevo.
A lo largo del tiempo, Julia descubre que la fotografía es un espejo. Primero quiere salir con el pelo ordenado y el vestido pulcro. Después lleva sus ojos más alto, explora otros cielos. Mientras su padre juega con la luz, ella juega con todo lo demás.
Allí donde la infancia y la adolescencia confluyen, se fagocitan, pelean, retroceden, Julia toma de la mano a las dos. A lo largo de estas imágenes, su victoria es estar ahí –altiva, encantadoramente distante–, mientras custodia las puertas de un reino personal. Ahora ella es la dueña de secretos que nosotros olvidamos desde que dejamos de soñar con las estrellas.

Ivana Romero
Septiembre 2020

Héctor Rio.